Vivencia en una comunidad en Colombia

Después de otra masacre


Hendrik Vaneeckhaute

 

Extracto del libro ‘Dicen, 99 historias sobre la globalización, el libre mercado capitalista y la guerra’.[1]

“Después de otra masacre, el pueblo decidió permanecer vigi­lando todas las noches. Se formaron grupos, y cada grupo tenía asignado ciertas horas de la noche. Permanecí muchas noches con ellos, esperando que pasara la noche, esperando una nueva entrada de los para-militares. La última masacre no fue del todo una sorpresa, porque las amenazas son frecuentes, pero dejó a la gente con una sensación como si no hubieran estado preparados.

Entraron con unos rehenes que habían tomado en la carretera y que forzaron a ir con ellos, como escudos. El pueblo ya estaba preparándose para ir a dormir, mañana sería otro día de trabajo. Al entrar, los para-militares cortaron la luz y cogieron a unas personas más que se encontra­ban en la calle. Les obligaron a señalar las casas donde vivían los líderes, pero su respuesta fue: ‘todos somos líderes, en este pueblo manda la comunidad’. A los para-militares, no les gustó nada, y empezaron a buscar. Tocaron la puerta de la casa comunitaria. Aníbal, que dormía allí con sus dos hijitos en un cuarto pequeño, salió sin saber lo que le esperaba. Viendo las pistolas, se despidió de sus hijos y poco después cayó en el suelo, abatido. En el momento de los disparos, los rehenes aprovecharon la confusión y echaron a correr. Pero uno de ellos recibió una puñalada en el vientre. Los para-militares, ante la resistencia, hicieron lo único que saben, huyeron. Dejando 2 muertos y un herido grave.

Como en el pueblo hay poca luz y sólo lo rodean las montañas, se veían bien las estrellas. Días después de la masacre vinieron a tomar los testimonios, pero la gente se negó. ¿Cómo van a hablar, cuando los que acompañan a los que investigan son los mismos que protegen a los asesinos? ¿Cómo van a dar los testimonios, cuando los informes pasarán a los mismos milita­res que ordenaron la masacre? ¿Cómo van dar tes­timonio, si todos los anteriores no han llevado a ninguna investiga­ción?

Entre los para-militares que habían entrado la noche de la masacre, se re­conocieron al menos dos personas. Una era un militar que solía estar en el retén militar en la carretera, y otra era un guerrillero detenido por el ejército. Los para-militares entraron por la única carretera que llega hasta el pueblo, en la cual está el control mi­litar y por donde también se llega a la base militar.

Di otra vuelta por la plaza. Después de esta masacre, los líde­res nos plantearon otra vez la petición de que estuviéramos de forma permanente. Lo intentaremos. Al menos estas primeras semanas, y después veremos si logramos reunir a la gente nece­saria, y el dinero para ello. La comunidad exigió la presen­cia de una comisión de investigación nacional, con presencia de la presi­dencia. Y exigió resultados de las anteriores investiga­ciones.

La noche de la masacre, cuando los para-militares ya habían disparado contra Aníbal, pero todavía estaban por el pueblo, hablé con la monja. Me pidió que subié­ramos, pero le tuve que de­cir que no era seguro, ni para nosotros. ¿Cómo iban a reaccionar los para-militares, si les cruzáramos en el camino hacia el pueblo, en medio de la oscuridad? Llamamos a las autoridades y al ejér­cito, para que supiesen que lo sabíamos. También llamamos a NNUU y a algunas embajadas, para que dejasen saber que ellos también sabían. Más tarde hablé otra vez con la monja, y está vez me pidió que llamara al hospital, o mejor, a la Cruz Roja Interna­cional, que mandaran una ambulancia. Pero más tarde tuve que decirle que nadie quería subir esta carretera de noche. El herido murió poco después.

El gobierno explicó a las embajadas que este pueblo se negó a colaborar con la justicia, y por ello, nada podía hacer contra estos terroristas. Y las embajadas quedaron contentas. Ya no tenían que explicar nada ante las exigencias de los organis­mos de Derechos Humanos, porque el gobierno mostró su buena voluntad. Las embajadas quedaron satisfe­chas, porque no tenían que tomar ninguna medida, estaban a salvo sus inte­reses económicos.

Cuando la comunidad informó a las autoridades de la masacre, la fiscalía se negó a subir a la comunidad para la recogida de pruebas y el levantamiento de los cadáveres.

La idea de la vigilancia nocturna era que, ante una nueva incursión, se alertaría a todo el pueblo, y toda la gente se enfrentara a los para-militares. Ante tanta humanidad, no harían nada. ¿O sí? Después cam­biaron de idea, y pensaban que igual era mejor que los hombres se escondiesen en el monte. Ante niños, niñas y mujeres, no harían nada. Final­mente se pensó que igual era mejor que todas y todos se fueran corriendo. Y me pregunté, ¿qué haría si entraban los para-militares? Yo, el acompa­ñante internacional, del cual dicen en el pueblo que se duerme mejor con mi presencia. Podría decirles, a los para-militares, que represento a las embajadas que apoyan a su gobierno y que su actuación podría causar una reacción internacional que dañaría sus intereses. O mejor, podría decirles que represento a las embajadas que han vendido las armas al ejército, dejando entre ver que son las mismas que ellos ahora llevan. Igual eso les convencería más, quien sabe.

Salimos de casa a las cinco y media de la mañana. Tarda­ríamos media hora en llegar al pueblo por donde se sube para llegar a la comu­nidad. La carretera es de tierra y piedra, mante­nida principalmente por el trabajo de la comunidad. Se tarda unos 45 minutos, subiendo por entre las montañas. Al llegar, nos pidieron que bajá­ramos con los muertos y los familiares al hospital, donde la Fiscalía haría la autopsia. El ayuntamiento, en un gesto humanitario, regaló los ataúdes. ¿Será eso, el precio de su vergüenza? Por la tarde, volvi­mos a subir, con los ataúdes. Toda la noche, en la casa comunita­ria, los muertos recibieron los llantos y despidos.

Casi eran las tres. Algunas personas jugaban al domino, otras sólo miraban el juego. La luna iluminaba la plaza y me llenaba de tranquili­dad. Empezaban a llegar más personas, con los ojos llenos de sueño. Podría ir a despertar a mi compañero, para que tomara el turno, pero preferí quedarme un rato más. Mañana bajaré, y otro compañero subirá para reemplazarme. Podré descansar un rato, antes de ir a otra comunidad, viviendo el mismo horror. Y des­pués de un año volveré a mi país. Ellos se quedarán. La comunidad seguirá denunciando el terror del estado. La comunidad internacio­nal seguirá mirando para el otro lado, cuidando sus intereses.



 

[1] Disponible en http://www.pangea.org/hendrik o en la sección de libros libre de Rebelión.